Las primeras referencias conocidas a un ingenio submarino empiezan en el año 332 a.C. cuando el filósofo griego Aristóteles describió una cámara sumergible que fue utilizada por los marineros de Alejandro Magno durante el sitio de Tiros y que consistía en un barril de vidrio para introducirse en el mar durante el tiempo que durara el aire que cabía en su interior. También es conocida la narración que hizo Leonardo Da Vinci en 1490 sobre un modelo marino no muy distinto al de Alejandro Magno. El primer submarino más o menos parecido a lo que se conoce hoy en día, fue construido en 1620, por el holandés Cornelis Drebbel, quien diseñó un vehículo de madera y forrado de cuero para que se pudiese sumergir hasta 20 metros de profundidad y viajar 10 kilómetros. Después, en 1775, el ingeniero americano David Bushnell inventó una nave, “La Tortuga”, con forma de huevo, que tenía un sistema complejo de válvulas y ventiladores y que podía llevar a un solo hombre como tripulación; el sargento Ezra Lee fue el primero en pilotar este novedoso submarino de combate. Veinte años después, Robert Fulton utilizó estos mismos principios y creó el Nautilus en 1798, que podía permanecer durante 24 horas a ocho metros de profundidad.

PeralPero quien verdaderamente desarrolló el primer sumergible operativo como arma de combate fue Isaac Peral y Caballero (1851-1895), ingeniero y marino español, que diseñó un submarino propulsado eléctricamente que revolucionó la navegación subacuática. En 1885 presentó el proyecto de torpedero sumergible a sus superiores, en el que llevaba años trabajando en secreto y que el conflicto de las Islas Carolinas, reivindicadas por Alemania, le hizo revelar, poniéndolo al servicio de la armada.

El Ministro de Marina, vicealmirante Manuel de la Pezuela y Lobo le hizo acudir a Madrid, donde explicó su proyecto ante una comisión técnica, recibiendo un informe favorable y siendo autorizada la construcción del “aparato de profundidades” con un primer presupuesto de 5.000 pesetas. Fue apoyado para comprar en el extranjero los materiales que no encontraba en España: aparatos ópticos en París, accesorios y torpedos en Berlín, acumuladores en Bruselas, los aceros, motores eléctricos, hélices y tubos lanzatorpedos en Londres.

La idea era diseñar y construir una nave de guerra, cuyo principal objetivo era poder disparar torpedos sin ser vista, protegida por el agua. El proyecto se inició en el arsenal de la Carraca en Cádiz el 23 de octubre 1887 y en menos de un año, el 8 de septiembre de 1888, el submarino fue botado con éxito. Estaba fabricado con acero, pesaba casi ochenta toneladas, medía veintidós metros de eslora y tenía una autonomía de más de setecientos kilómetros. Llevaba sistemas de inmersión y propulsión eléctricos, doble hélice y un tubo capaz de lanzar dos torpedos con un alcance de unos doscientos metros. Su velocidad máxima era de 7’7 nudos en superficie y 3’5 nudos sumergido. Se sumergía mediante los acumuladores eléctricos que suministraban corriente a unas dinamos que hacían girar dos hélices del eje vertical del submarino que iban hundiendo la nave hasta que su resistencia era inferior a la presión del agua.

MonturiolLa Marina española no consideró que el proyecto fuese lo bastante interesante y rechazó su construcción en serie. Lo mismo había sucedido años antes, en 1859, con el español Narciso Monturiol (1819-1885) que logró crear un prototipo que tenía unos 6 metros de eslora con hélices propulsadas por 16 hombres de la tripulación; era capaz de sumergirse a 18 metros, pero la escasez de aire obligaba a que las inmersiones fueran bastante breves. Los informes técnicos fueron favorables y las crónicas periodísticas elogiosas, no obstante, oficialmente no se le reconoció utilidad, por lo que no recibió ayudas para sufragar los gastos. Monturiol no desistió y pidió ayuda a artistas, poetas y músicos de Barcelona para movilizar a la ciudadanía y conseguir la financiación para un segundo proyecto: el Ictíneo II. Con 17 metros de eslora y una capacidad interior de 29 metros cúbicos; las hélices se movían impulsadas por una máquina de vapor de 6 CV. e incorporaba un sistema para renovar el oxígeno en el interior de la embarcación. Cinco años después, el 2 de octubre de 1864, el Ictíneo II fue botado; era el primer submarino auténtico, el más avanzado de su época con un sistema exclusivo para eliminar el dióxido de carbono y reponer el oxígeno en el interior. El 22 de octubre de 1867 hizo la primera salida con propulsión a vapor, donde realizó un total de 13 inmersiones a una profundidad máxima de 30 metros y de 7 horas y media la más larga. Otras peculiaridades de este modelo era el doble casco y la proa de bulbo adoptado hoy día por todos los submarinos modernos. Simon Lake y John Philip Holland fueron los que lo perfeccionaron; ambos inventores experimentaron con el aire comprimido, el vapor y la electricidad como fuentes de poder.

Clara Pardo Latre

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